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La Catástrofe de Río de 2010 Según Boff

Rio: faltan «profetas de la ecología»   

 

 

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Entre el 5 y el 8 de abril del presente año, el Estado de Rio de Janeiro (la ciudad y otras vecinas, especialmente Niterói) conoció la mayor inundación de los últimos 48 años. Hubo grandes inundaciones en las calle principales, deslizamientos de laderas, ascenso de un metro y medio del nivel de la Laguna Rodrigo de Freitas, provocada en parte por la marea alta que impidió el desagüe de las aguas pluviales. Lo más terrible fue la muerte de centenares de personas, enterradas por toneladas de tierra, árboles, piedras y basura.

Tres parecen ser las principales causas que originaron esta tragedia, que de tiempo en tiempo se abate sobre la ciudad, encantadora por su paisaje que combina mar, montaña y bosque, y por su población alegre y acogedora.

La primera son las inundaciones propiamente dichas, típicas de estas áreas subtropicales. Pero con un agravante, que es el calentamiento planetario. La tragedia de Rio debe ser analizada en el contexto de otras que han ocurrido en el sur del país, con huracanes y lluvias prolongadas con enormes corrimientos de tierras y centenares de víctimas, y en la ciudad de São Paulo, que sufrió durante más de un mes inundaciones que dejaron barrios enteros ininterrumpidamente debajo de las aguas. Algunos analistas hablan de cambios en los ciclos hidrológicos causados por el calentamiento de las aguas del Atlántico, como ya ocurre en el Pacífico. Este cuadro tenderá a repetirse con más frecuencia y hasta con más intensidad a medida que el calentamiento planetario se vaya agravando.

 

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La tragedia climática trajo a la luz la tragedia social vivida por las poblaciones más necesitadas. Ésta es la segunda causa. Hay más de 500 favelas (comunidades pobres), colgadas en las laderas de las montañas que serpentean la ciudad. No es que ellas tengan la culpa de los deslizamientos de tierras, como señalaba el gobernador. La gente vive en estas zonas de riesgo porque simplemente no tiene adonde ir. Hay una notable insensibilidad general hacia los pobres, fruto del elitismo de nuestra tradición colonial y esclavista. El Estado está organizado no para atender a toda a la población, sino principalmente a las clases acomodadas. Nunca ha habido una política pública consistente que incluyese a las favelas como parte de la ciudad y, por tanto, las urbanizase, garantizándoles habitación segura, infraestructura de alcantarillado, agua y luz y, no en último lugar, transporte. Siempre ha habido políticas pobres para los pobres, que son la gran mayoría de la población, y políticas ricas para los ricos. La consecuencia de esta desatención se revela en los desastres que acaban con la vida de centenares de personas.

La tercera causa es la que yo llamaría falta de «profetas de la ecología». Observando la calles y avenidas inundadas se veía flotando sobre las aguas todo tipo de basura, sacos llenos de desperdicios, botellas de plástico, cajas de madera, y hasta sofás y armarios. Es decir, la población no había incorporado una actitud ecológica mínima de cuidar la basura que produce. Esa basura taponó las alcantarillas y otros sumideros de las aguas pluviales, lo que provocó la subida repentina de las aguas torrenciales y la lentitud de su evacuación.

Porto Alegre, en el Estado de Rio Grande del Sur, nos ofrece un buen ejemplo. Bajo la orientación de un hermano marista, Antônio Cecchin, que viene trabajando desde hace años en los medios pobres que hay alrededor de la ciudad, se organizó la instalación de centenares de recogedores de basura. Hizo levantar unos veinte grandes galpones cerca del centro, en la punta de la Isla Grande de los Marineros, donde la basura se selecciona, se limpia y se vende a diferentes fábricas que la reutilizan.

Hizo tomar conciencia a los basureros de que con su trabajo están ayudando a mantener la ciudad limpia para que sea un lugar en el que se pueda vivir con alegría. Con orgullo los basureros escribieron con grandes letras, detrás de cada carrito, su título de dignidad: «Profetas de la Ecología».

Asumieron como ideal las palabras de uno de nuestros mayores ecologistas, José Lutzenberger: «Un sólo basurero hace más por el medio ambiente en Brasil que el propio ministro del medio ambiente«. Si existiesen estos «profetas de la ecología» en el Estado de Río de Janeiro, las inundaciones serían menos avasalladoras y se salvarían centenares de vidas.

 

 

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