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Economía Ecológica

La Cuestión del Agua En la Ecoeconomía

Agua, ni valor de uso ni valor de cambio: valor vital. Ensayo para proponer otro valor en el análisis económico

 

11-06-10 Por Esperanza Cerón Villaquirán

No es posible realizar ningún proceso biológico, agrícola, industrial, comercial, social, cultural, minero o de cualquier índole humana que no implique usos de agua. Se podría decir a lo largo de la historia de todas las civilizaciones, que no hay economía sin agua. Queremos intentar una reflexión específica sobre el agua en un momento en el cual la carencia del líquido y su contaminación en el mundo es tema de las agendas públicas, y que en nuestro país los legisladores han dado la espalda a la voz popular que exigía un Referendo por el agua para declararla como bien público y derecho humano fundamental.

Introducción

El agua es elemento constitutivo de toda biología, todo cuando vivo es en el Planeta, está compuesto en su mayoría de agua. Hoy sabemos que solo el 2,5% de toda la inmensa cantidad del preciado líquido es agua dulce, es decir la que precisamos los humanos y toda la biomasa terrestre para existir. No obstante dicha agua se encuentra fuertemente contaminada en todo el mundo por la acción irracional de un modelo de desarrollo que ha puesto equivocadamente los énfasis en la explotación y no en la sinergia con la naturaleza.

No es posible realizar ningún proceso biológico, agrícola, industrial, comercial, social, cultural, minero o de cualquier índole humana que no implique usos de agua. Se podría decir a lo largo de la historia de todas las civilizaciones, que no hay economía sin agua.

En algún momento de la historia humana la economía como actividad fue tornándose en el centro de toda explicación y casi único móvil individual y colectivo. El problema radica en que de producir para vivir bien, se pasó a vivir o sobrevivir para producir. En este camino, sociedades otrora cooperativas se dividieron según los distintos niveles de acumulación: excedentes de cosecha, tierras, animales, esclavos, mujeres, cualquier cosa que pudiese representar un valor a la manera humana. A medida que fuimos adentrándonos en la modernidad, léase el reino de la razón instrumental (Horkheimer, 2004), se fue pasando de la acumulación real a la virtual, y hoy la economía se mueve sobre números que no tiene representación real en ninguna parte.

La modernidad se caracterizó al decir de Boaventura de Sousa Santos (Santos, 2002) por partir de un contrato social donde la naturaleza quedó excluida, dado que se la consideró objeto y no sujeto del desarrollo, y a los humanos como “externos” a ella. Por esa vía las ideas de economía, progreso, desarrollo, se montaron sobre un presupuesto que a la postre ha resultado falso. Hoy sabemos que la naturaleza somos todos y estamos interconectados en formas tan visibles que se hicieron invisibles ante la ambición desmedida. El agua, el aire, el suelo, la biomasa, todo hace parte de una intrincada red donde los humanos nos encadenamos en un delicado balance que ya se ha roto en varios nudos del espacio/tiempo, poniendo en riesgo no al planeta sino al mundo que hemos construido sobre premisas androcéntricas.

Queremos intentar una reflexión específica sobre el agua en un momento en el cual la carencia del líquido y su contaminación en el mundo es tema de las agendas públicas, y que en nuestro país los legisladores han dado la espalda a la voz popular que exigía un Referendo por el agua para declararla como bien público y derecho humano fundamental.

Del valor de uso

El valor de uso se ha definido como la utilidad o capacidad que posea una cosa, mercancía o sustancia para satisfacer una necesidad humana y/o de la sociedad. Se dice del valor de uso de cualquier cosa en cuya naturaleza existan propiedades físicas, químicas y otras propiedades naturales que se precisen para la vida. Estas pueden ser producidas por la actividad humana o ser propias de la naturaleza: aire, agua, suelo, biomasa (Borísov).

En la teoría formal económica, se dice que algunas cosas por su valor de uso satisfacen directamente las necesidades personales de los seres humanos, sirven de objetos de consumo personal (alimentos, vestido, etc.); otras sirven como medios para producir bienes materiales, es decir, son medios de producción: máquinas, materias primas, combustibles, etc.

De entrada se puede establecer una crítica al concepto en tanto el pensamiento occidental sólo reconoce a las cosas y con ellas a la naturaleza, una externalidad, es decir, algo que esta fuera y que puede ser usado, para bien o para mal de la cosa misma. El término “valor de uso” es por tanto instrumental y denota que uno puede servirse de algo para su propio beneficio. La sociedad de consumo basada en el cambio frenético de usos, ha llegado por esta vía a producir todo desechable, con el efecto consecuente de ser los únicos seres sobre el planeta productores netos de basura.

Por supuesto se puede usar la ropa, los zapatos, los alimentos, etc., es decir, se puede usar lo que es fruto del trabajo humano. La diferencia es que la naturaleza, y para el caso que nos ocupa, el agua, no pueden “usarse” impunemente, sin que por ello paguemos el precio de la vida misma. No podemos seguir pensando que río arriba podemos usar el agua y también ensuciarla, a sabiendas que río abajo hay otros que también precisan de ella con la misma calidad y derecho al que aspiramos personalmente.

No obstante, y para mantenernos en los códigos formales del lenguaje económico, podríamos decir que el agua comparte ambas características: satisface directamente las necesidades vitales y también es usado como medio de producción. Lo que hasta ahora se está reconociendo al agua, es que es connatural a la vida, por tanto nuestra relación con ella no es sólo como externalidad, sino que se trata de algo sin lo cual simplemente no somos, o dejamos de existir. Sin pretensiones de suficiencia en las llamadas ciencias económicas ni filosóficas, se me ocurre desde la biología y la medicina, que para el caso del agua no cabría la palabra “uso”, o al menos no tal cual la significamos en el común.

El agua es indispensable para que la vida del planeta SEA, EXISTA… si aceptamos el término como se entiende hoy, su valor de uso es por tanto y al mismo tiempo: individual, colectivo, social y biótico. “Interesa”, o mejor es inherente a humanos, plantas, animales y a todo ser vivo.

El ciclo del agua pasa por nuestro cuerpo independientemente de nuestra voluntad, simplemente sucede como todo proceso vivo. El corazón o los pulmones funcionan sin preguntarnos y no tenemos que pagar por ello. Por supuesto que podemos afectarlos con una dieta y estilo de vida inadecuados hasta hacerlos declinar en su función normal; o simplemente con los años se van agotando. La cosa es que uno no decide si hoy desea usar el corazón y dejarlo apagado mañana. Lo propio sucede con el agua intracorporal, ningún proceso bio-fisicoquímico puede acontecer sin el agua. Al igual que sucede con el agua en el planeta nuestro cuerpo la transforma, reutiliza, distribuye, evapora, elimina, produce, etc.

De esta forma entra y sale de nuestra biología, es más, es en los procesos biológicos donde el agua se depura, dado que a nivel molecular, no importa desde qué complejo de moléculas, siempre vuelven a juntarse dos moléculas de hidrógeno y una de oxígeno para formar la molécula esencial.

Se podría decir entonces que su valor de uso deriva de ser inherente a la vida. El agua junto con el aire, vendrían a ser los valores de uso por excelencia para la vida. El aire está en todas partes, para hacer uso del mismo, basta con respirar, sin hablar por supuesto de la calidad del mismo.

El agua, constituyendo parte mayoritaria de la composición de todo cuanto existe en el planeta, no está disponible en todas partes, al menos no en su calidad de agua potable. A medida que la población humana ha ido creciendo, las necesidades de agua potable se han multiplicado. Desde siempre, los seres vivos buscan el agua: seres humanos y animales caminamos lo que se precise en su búsqueda; las plantas desarrollan trofismos y otras adaptaciones con tal de captar agua y hacer el uso más racional de la misma.

Es decir, hay una economía natural del agua que está allí para que la investiguemos y apliquemos en los procesos económicos humanos, tal como aprendimos a volar gracias a copiar la mecánica de vuelo de los pájaros.

La economía dice que el valor de uso depende menos de la cosa en sí misma que del uso que de ella hacemos; esta definición como vemos, no es posible para el agua porque en primer lugar no es una “cosa externa”, no es un objeto ni un recurso, es un elemento vital intracorporal y ligado a un ciclo natural que está siendo intervenido de las peores formas, que no sólo la están haciendo más escasa sino impotable y en ocasiones tóxica.

El valor social del uso del agua, es por tanto un valor bioético planetario, es decir que precisamos de nuevas categorías a incorporar en las disciplinas sociales, políticas y económicas en miras a buscar hacer sostenible la vida de todos cuantos dependemos y somos agua.

Del valor de cambio:

El valor de cambio de una cosa, mercancía o sustancia, depende según la teoría económica de su escasez y de la cantidad de trabajo que se precise para obtenerla. En el caso del agua, ésta se obtiene independientemente de la acción humana, aunque ésta interfiera con la calidad y disponibilidad de la misma (La gran Enciclopedia de la Economía). Podemos decir que el planeta fabrica el agua que se recicla por toda la biosfera y demás capas de la tierra; la cual a su vez se purifica gracias a la acción de la evaporación (el sol) y de la transpiración (las plantas) y de su paso por procesos biológicos.

Los seres humanos “intermediamos” el agua por nuestra biología pero con nuestra acción social, política, económica y cultural, la contaminamos, la mal usamos, la privatizamos en beneficio de unos pocos intereses que básicamente son de “acumulación virtual” y no de uso social y menos bioético planetario.

Sabemos que el agua que bebemos hoy la bebieron los dinosaurios, es la misma en cantidad millones de trillones de veces reciclada, ha sido río cristalino, agua salada, fuente subterránea, nubes, vapor, hielo, componente de la biomasa. Hasta la aparición de la industrialización, se puede decir que esta misma agua ha sustentado la vida sin problemas, pero la perspectiva no es la misma por la acción humana inadecuada. Es decir que estamos degradando el agua para todo ser vivo incluidos nosotros mismos.

El valor de cambio aparece primero como la proporción en que los valores de uso de un tipo se cambian por los de otro. Es allí donde surgen preguntas acerca de cómo encontrarle una proporción que nos abarque el 70% del planeta?

Cuando algo vale mucho, simplemente no se le da valor, para los pueblos indígenas originarios, el agua valía nada, al menos en nuestro territorio que ha sido abundante; simplemente el agua no podía tener precio, es decir valor de cambio. Era impensable atribuirle dueño a algo que venía del cielo, que fluía independientemente de los humanos o de la entraña de la tierra.

Con el tiempo el valor de uso del agua fue apareciendo en la medida que se precisó llevarla a lugares distantes, especialmente con el nacimiento de las ciudades. Aparecieron reglamentaciones dentro de las ciudades estado y provincias sobre el manejo y uso del agua colectiva. Al instaurarse la propiedad individual sobre la tierra, las fuentes de agua dentro del terreno pasaron a ser propiedad de un señor. Los conflictos por el agua han existido desde siempre, así como las soluciones, pero las grandes guerras mundiales por el agua ya parecen haber empezado.

El agua como valor vital

La economía no es el problema, ella ha existido desde siempre, Lionel Robbins dijo que "la economía es la ciencia que estudia la conducta humana como una relación entre fines y medios escasos que tienen usos alternativos” (ECONLINK.COM.AR). Es decir parece ser que al final la economía alude a la manera de relacionarnos con la naturaleza para poder sustentar la vida.

Si pensáramos en la lógica del costo beneficio, a sabiendas que somos seres de agua hasta en un 70% de nuestra biología individual, el valor del agua solo tendría un adjetivo posible: valor vital. El beneficio de cuidarla, de darle la oportunidad a todos los seres humanos al menos a un minino vital, sería simplemente un asunto ético, pero en tal caso, el principal valor de cualquier aproximación económica tendría que ser la bioética.

El valor del agua radica en que en realidad es un bien biótico: le pertenece a toda la humanidad, pero ante todo, le pertenece a la biomasa del planeta, si buscáramos definir la propiedad sobre la misma.

La economía entonces tendría que reinventarse desde un punto de partida no positivista ni racionalista instrumental, sino desde la perspectiva del pensamiento complejo. Aceptar que el paradigma actual ya no es posible, y que nuevas ideas que retomen las lógicas no lineales para reinventarse una economía en y con la naturaleza no en contra de ella, es decir, de nuestra propia naturaleza/biología.

El agua sí tiene un valor invaluable, categoría que deberá construir la economía del futuro para un nuevo modelo civilizatorio. En ella tendrán que incluirse todos aquellos componentes de la Gaia que sustentan la vida: el agua, el aire, la biomasa en general. De esa forma, es deseable imaginar que a la hora de calcular la agricultura, la ganadería, la industria, la minería, tendrá que incluirse el valor de lo invalorable que puede estar siendo afectado para no dañarlo. A la hora de dar licencias ambientales, lo invaluable tendrá que obligar al desarrollo de tecnologías que garanticen su sustentabilidad.

El valor vital definido en negativo, es aquel cuya afectación pone en peligro la vida de cualquier especie, lo que al final redunda en afectación humana. Definida en positivo, es aquel que sustenta la vida, para el caso de los humanos, que garantice el buen vivir.

La metáfora de Avatar, la película de Cameron, de una civilización extraplanetaria que enseña a los humanos como son las redes visibles e invisibles que nos conectan a todo lo vivo y no vivo en un sistema, es el tipo de imaginarios que precisamos para repensar nuestro actual modelo de valores, sin duda en contravía de honrar la vida. www.ecoportal.net

Esperanza Cerón Villaquirán - Ensayo para el Modulo de Análisis Económico.Especialización en Salud y Ambiente de la Facultad de Ingeniería Ambiental. Universidad El Bosque - Colombia - Mayo 2010

Bibliografía

Borísov, Z. y. (s.f.). Diccionario de economía política. Obtenido de
http://www.eumed.net/
http://www.eumed.net/cursecon/dic/bzm/v/valoru.htm

ECONLINK.COM.AR. (s.f.). ECONLINK.COM.A. Recuperado el 21 de 05 de 2010, de
http://www.econlink.com.ar/definicion/economia.shtml
http://www.econlink.com.ar/definicion/economia.shtml

Horkheimer, M. (2004). Escuela de Frankfurt. Crítica de la razón instrumental. Recuperado el 20 de 05 de 2010, de
http://www.boulesis.com/especial/escueladefrankfurt/citas/horkheimer-critica-razon-instrumental/
http://www.boulesis.com/especial/escueladefrankfurt/citas/horkheimer-critica-razon-instrumental/

La gran Enciclopedia de la Economía. (s.f.). La gran Enciclopedia de la Economía. Recuperado el 22 de 05 de 2010, de
www.economia48.com
http://www.economia48.com/spa/d/valor-de-uso-y-valor-de-cambio/valor-de-uso-y-valor-de-cambio.htm

Santos, B. d. (2002). El Estado y los modos de reprodución del poder social . 17-29.

Renta Básica Ciudadana y Ecoecomonía

Crisis, ecología y renta básica

 

07-06-10 Por Florent Marcellesi

La Renta Básica de Ciudadanía –es decir, un ingreso desconectado del trabajo, universal, incondicional y que cubre las necesidades básicas– es una apuesta clave ante el tambaleo de un sistema económico injusto e insostenible. De hecho, si entendemos la actual crisis como una oportunidad para dar un giro copernicano a nuestro modelo de desarrollo, la renta básica permite reorientar la economía sobre bases más sostenibles y humanas. Al reconocer el trabajo no remunerado y efectuar una redistribución de la riqueza priorizando actividades ecológicas, sociales, de la economía social y solidaria, etc., esta renta plantea de forma directa e indirecta una reorientación socioeconómica. A través de ella, se deja un sitio cada vez mayor a una producción no mercantil, social y ecológicamente útil, cooperativa, autónoma, es decir, a una economía plural a escala humana y respetuosa de la biósfera.

«Cada pancarta que proclama “queremos trabajo” proclama la victoria del capital sobre una humanidad esclavizada de trabajadores que ya no son trabajadores pero que no pueden ser nada más»: esto escribía el filósofo André Gorz al analizar la sociedad asalariada del pleno empleo. Ahora que la crisis económica está dejando a casi cuatro millones de personas ‘paradas’ en toda España y que por doquier se piden más puestos de trabajo para salir de la depresión, es un buen momento para volver a reflexionar sobre la aserción de Gorz. De hecho, ¿hasta qué punto la transformación social, ecológica y económica en curso hace posible y deseable el restablecimiento de una situación de pleno empleo? ¿No implican la profunda crisis ecológica y la mutación del sistema productivo hacia la economía del conocimiento una nueva forma de entender el trabajo, la riqueza e in fine una nueva política de (re)distribución y de la renta?

Como respuesta, primero es necesario recordar que nuestra sociedad asalariada está intrínsecamente vinculada a una sociedad del hiperconsumo que explota la Tierra por encima de su capacidad de regeneración y asimilación. Si queremos alcanzar la justicia social y ambiental hoy y mañana, no podemos seguir subordinando la actividad humana a la lógica del desarrollo de las necesidades consumistas basadas en el círculo vicioso ‘producción, empleo, consumo’. Así, una sociedad sostenible, más allá de la cuestión de la propiedad de los medios de producción, debe romper con un sistema productivo y laboral que promociona de forma indiscriminada el consumo a través de cualquier tipo de empleo y producción, y con afirmaciones planteando que «el pleno empleo debe ser un objetivo en sí mismo» (Patxi López, El Correo, 27-11-30). Como prototipo de esta visión, el Plan 2000E prefiere –a pocos años del techo del petróleo– apoyar el sector del automóvil en lugar de reconvertir los ‘know-how’ de sus trabajadores hacia otros sectores de la economía sostenible (como puede ser el transporte público).

Segundo, este modo de producción y consumo de masas sigue equiparando el bienestar de las personas con una creciente acumulación material y pone en el centro de la economía el trabajo ‘productivo’, concepto puramente material, cuantificable y mercantil. Sin embargo, de la misma manera que para la economía ecológica un subsistema (el económico) no puede regular un sistema que lo engloba (la biosfera), el ‘empleo productivo’ no puede pretender representar el conjunto de las actividades humanas necesarias para el desarrollo personal y colectivo de una sociedad en armonía con sus componentes y la naturaleza. La ‘dictadura del PIB’ olvida que hay otros fines distintos del crecimiento y que el ser humano tiene otros medios de expresarse además de la producción y el consumo. Las actividades domésticas, voluntarias, artísticas, asociativas, etc., a pesar de no ser –siempre– remuneradas o reconocidas, son fuentes centrales de riqueza social y ecológica.

Tercero, aunque el tiempo de trabajo haya dejado de ser la medida de la riqueza creada, el imaginario colectivo y los sistemas de redistribución continúan girando de forma paradójica en torno a él. Asimismo, todos los mecanismos de protección social se basan en la vuelta de los individuos al mercado laboral, de modo que se ven forzados a trabajar sin que importen las condiciones sociales y ecológicas (los llamados ‘working poors’). En esta situación, la ausencia de un sueldo y de un trabajo casi siempre desemboca en un proceso de frustración personal y exclusión social. De hecho, es triste constatar que la valoración del trabajo como socialización se ha impuesto de forma negativa a través del paro de masas, verdadero rasgo estructural del productivismo liberal.

Sin embargo, si postulamos que hemos entrado en una economía del conocimiento, las nuevas fuerzas productivas decisivas pasan a ser la inteligencia, el saber y la creatividad. Esta mutación hace imposible medir los esfuerzos que se han invertido en la sociedad en su conjunto para producir el ‘valor conocimiento’, y el trabajo pasa a tener poca relación con la renta o el salario. Es por tanto necesario abogar por una reforma radical del sistema de redistribución heredado de la sociedad industrial, lo que pasa por una nueva política de la renta adaptada a la nueva situación socioecológica y productiva.

En este marco, la Renta Básica de Ciudadanía –es decir, un ingreso desconectado del trabajo, universal, incondicional y que cubre las necesidades básicas– es una apuesta clave ante el tambaleo de un sistema económico injusto e insostenible. De hecho, si entendemos la actual crisis como una oportunidad para dar un giro copernicano a nuestro modelo de desarrollo, la renta básica permite reorientar la economía sobre bases más sostenibles y humanas. Al reconocer el trabajo no remunerado y efectuar una redistribución de la riqueza priorizando actividades ecológicas, sociales, de la economía social y solidaria, etc., esta renta plantea de forma directa e indirecta una reorientación socioeconómica. A través de ella, se deja un sitio cada vez mayor a una producción no mercantil, social y ecológicamente útil, cooperativa, autónoma, es decir, a una economía plural a escala humana y respetuosa de la biosfera.

Además, la renta básica rompe con la dinámica de alienación laboral al garantizar a cada cual su autonomía financiera y permitir rechazar cualquier trabajo no digno, no solidario, peligroso para la salud y/o el medio ambiente… Invierte la relación de fuerzas entre empresa y persona trabajadora y supone un escudo de protección a la hora de reivindicar mejoras laborales. Mediante esta renta, cada cual recupera la propiedad de sus fuerzas de trabajo y de invención para decidir dónde dedicarlas: se invita al individuo a elegir su modo de vida y a reorientar sus hábitos de consumo y de producción hacia el ‘vivir mejor con menos’. Por último, tampoco olvidamos que el conocimiento adquirido a través de los siglos es una obra colectiva y que los recursos naturales son un bien común. Al repartir los réditos de este patrimonio, la renta básica equivale a una puesta en común de las riquezas naturales y socialmente producidas: se convierte en un derecho fundamental de cualquier persona por el mero hecho de existir.

En conclusión, ante la crisis económica, que es ante todo un reflejo de la crisis estructural y socioecológica actual, una renta básica para la ciudadanía, además de ser posible (a través del IRPF, IVA, ecotasas, tasa Tobin, etc.), es una apuesta sensata y necesaria. Entendida como una herencia de la riqueza social y natural, como una forma de mejorar nuestra relación con el trabajo, como una herramienta para liberar las nuevas fuerzas productivas y como una inversión para las generaciones futuras, es una reivindicación del siglo XXI. www.ecoportal.net

Florent Marcellesi es coordinador del centro Ecopolítica y miembro de Bakeaz. Ha sido también miembro organizador del IX Simposio de la Red Renta Básica (Bilbao, 20-21 de noviembre) donde presentó la ponencia “Renta básica de ciudadanía y Ecología política“. Más información: http://florentmarcellesi.eu/. Artículo publicado en El Viejo Topo.

Premio Nobel de Economía 2009, Gran Triunfo de la Economía Ecológica y el Ecosocialismo

Se acabó la hegemonía teórica dogmática del bien privado como GRAN MOTOR de la civilización en las universidades.

 

Por fin el comité del Nobel  supera  las bases religiosas del Capitalismo, LA PROPIEDAD PRIVADA Y EL LIBRE MERCADO, ahora el Comité Nóbel de Estocolmo por fin abrió los ojos y dio la razón a la línea de investigadores críticos transdiciplinarios altercapitalistas, comenzando por Joseph Stiglitz, luego yendo por Paul Krungman y ahora... LA ECONOMÍA ECOLÓGICA  con Elinor Ostrom. LA PRIMERA MUJER EN RECIBIR EL PREMIO NOBEL DE  ECONOMIA.

 

Con este premio nobel se acaba la preeminencia de la propiedad privada a nivel académico-científico en el  mundo (la teoría del desarrollo llegó incluso a las universidades de China "Popular"  por el evidente dearrollo capitalista de este país con formas marxistas-leninistas en lo político) Ahora sí los bienes comunes serán bienes económicos a considerar en los megaproyectos que los organismos de  depredación imperialista como el Banco Mundial entre otros, lo cual permite dar argumentos más contundentes a los movimientos ecosociales para frenar la locura destructora del desarrollo sin control, esto da un gran espaldarazo y  fuerza  al movimiento ecosocialista mundial.

 

Comparte el nobel con Oliver Williamson, cuya  teoría se basa en los Costes de Transacción en diversas organizaciones económicas. Pero a diferencia de Williamson, que es un académico puro con una teoría académica puramente especializada, la teoría de Elinor Ostrom es transdiciplinaria, abarca tanto la ciencia económica, como la polítología y la sociología, lo cual hace su trabajo mucho más interesante y quizás relevante.

 

 

Alejandro Sánchez

Pacifista y Ecologista Revolucionario

Ciudadano Comunicador

 

A continuación transcribimos la entrevista a Elinor Ostrom.

 

“¿Teoría económica, ciencia política, teoría social? Lo que yo hago podría llamarse economía política o estudio de los dilemas sociales”. Entrevista

Reproducimos a continuación la entrevista telefónica con Elinor Ostrom grabada inmediatamente después del anuncio de la concesión, el pasado 12 de octubre, por parte del Sveriges Riksbank [el Banco Central sueco], del Premio de Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel de 2009. La entrevista corrió a cargo de Adam Smith, Editor General de Nobelprize.org.

[Elinor Ostrom] ¿Diga?

[Adam Smith] Buenos días. ¿Puedo hablar con Elinor Ostrom, por favor?

[EO] Sí, diga.

[AS] Hola. Me llamo Adam Smith. La llamo en nombre del sitio web oficial de la Fundación Nobel, en Estocolmo.

[EO] ¡Ja! Adam Smith, ¡Qué nombre! Me temo que le toman mucho el pelo, ¿no es así?

[AS] Así es, y a veces pienso que los galardonados con el Nobel de Economía piensan, cuando los llamo, que soy un bromista. Tenemos la tradición de grabar una breve entrevista telefónica para la Fundación Nobel con los recién galardonados. ¿Le importaría que conversáramos durante unos minutos?

[EO] Ah, bien. Adelante.

[AS] Muchas gracias. Por supuesto, primero quiero felicitarla por el premio.

[EO] Es un honor increíble, sí.

[AS] Tal como ha sido señalado hace unos instantes en la conferencia de prensa, usted es la primera mujer en la historia del Premio Nobel de Economía en recibir el premio. ¿Lo convierte ello en un honor más grande?

[EO] Sí. Piense en la época en que he vivido. Cuando me planteé la posibilidad de matricularme en la universidad, me desanimaban diciéndome que nunca sería capaz de ir más allá de dar clases en alguna escuela técnica universitaria de provincias. ¡Ja, ja, ja! ¡Cómo han cambiado las cosas!

[AS] ¿Cree que la proporción de galardonados con el Nobel de Economía –la ratio de género– es en algún modo representativa de la proporción de personas que trabajan actualmente en el tema o, por el contrario, esas proporciones han variado?

[EO] Todo esto ha ido cambiando lentamente. He asistido a clases de economía en las que era la única mujer en el aula, pero esto ha ido cambiando lentamente, y creo que hay un creciente respeto hacia las mujeres, sobre todo ahora que podemos hacer aportaciones verdaderamente importantes. Y me gustaría creer que este reconocimiento ayudará en esta dirección.

[AS] Imagino que esto supone un claro mensaje al mundo, sí. Veamos. Usted trabaja en la gestión de la propiedad común a partir de la común posesión, contrastándola con los efectos…

[EO] Entre otras cosas, sí.

[AS] ¿Estaríamos en lo cierto si afirmáramos que, dicho en términos generales, usted ha descubierto que la posesión común puede ser más eficaz que lo que la gente pensó que podría serlo?

[EO] ¡Así es! No es que sea una panacea, pero es mucho más eficaz que lo que nuestros razonamientos comunes nos dan a entender.

[AS] ¿Hay algún ejemplo que le gustaría poner al respecto?

[EO] Bueno, déjeme recurrir al ejemplo de los pescadores de langostas del estado de Maine. En la década de 1920, los pescadores prácticamente destruyeron la pesca de la langosta. Se reagruparon y se dispusieron a pensar con detenimiento qué hacer. Con el paso del tiempo, desarrollaron una serie de reglas ingeniosas y de formas de gestión que han permitido que el sector de la pesca de la langosta de Maine se convierta en uno de los más exitosos del mundo. La gran amenaza que los acecha en la actualidad radica en el hecho de que las pesquerías del entorno han sido tan sobreexplotadas, que la langosta se ha convertido en un ejemplo extremo de… Si hubiera una enfermedad o algo similar que llegara, como una bacteria o lo que fuera que las pudiera infectar, sufrirían grandes peligros. Pero han sido increíblemente eficaces durante muchos años. Hay muchos otros grupos, de tamaño pequeño y mediano, que se han encargado de dirigir la gestión de los recursos. Hemos estudiado varios cientos de sistemas de irrigación en el Nepal. Y sabemos que los sistemas de irrigación gestionados por los campesinos son más eficaces en términos de aprovisionamiento de agua hasta todos los rincones y presentan una mayor productividad y unos costes menores que los fabulosos sistemas de irrigación construidos con la ayuda del Banco Asiático para el Desarrollo, del Banco Mundial, de la Agencia Norteamericana para la Ayuda al Desarrollo, etc. Así, sabemos que muchos grupos locales son muy eficaces. Pero esto no es universal, de modo que no podemos ser tan ingenuos como para pensar “Oh, fíjate, limitémonos a entregar las cosas a la gente, que siempre se organizará”. Existen muchos escenarios que desestimulan la autoorganización.

[AS] Ya veo.

[EO] Por lo tanto, hemos de tomar nota tanto del hecho de que la gente puede autoorganizarse como de las condiciones bajo las cuales lo hacen.

[AS] Precisamente iba a preguntarle si su investigación se ha centrado también en las condiciones que conducen a la buena autoorganización. ¿Hay algunas condiciones que tengan que darse, como, por ejemplo, la disposición, por parte de los participantes, de una cantidad de tiempo suficiente para decidir qué naturaleza deben tener sus regulaciones?

[EO] Sí, y tengo un artículo en Science, en el número de julio del año pasado, que dibuja un amplio marco de análisis y de diagnóstico y que identifica un buen puñado de variables que se hallan asociadas con la autoorganización.

[AS] ¿Diría que, en términos generales, debemos confiar más en la autoorganización de lo que lo hacemos en la actualidad? ¿Que la sociedad debe avanzar hacia la implantación de estructuras que se autoorganicen?

[EO] Sí, pero sin que veamos en ello una fórmula. Actualmente, muchos de los numerosísimos procesos de descentralización que con gran esfuerzo se emprenden van de la mano de una fórmula rígida a través de la cual se dan reglas a la gente desde arriba que dicen: “Ahora es vuestro”. Y esto tampoco ha funcionado demasiado bien.

[AS] Así que, de nuevo, se precisan grandes dosis de sutileza…

[EO] Así es. Y piense, además, en la cuestión de la diversidad. Si se fija en el campo, se dará cuenta de la enorme diversidad ecológica que hallamos en él. Pues bien, si la gente se dispone a gestionar la diversidad ecológica, no encontraremos un solo conjunto de reglas que funcione lo mismo en una región semiárida que en una región tropical húmeda. Ha de haber reglas distintas.

[AS] Claro. Otra cosa que ha hecho usted ha sido dirigir experimentos de laboratorio.

[EO] ¡Sí, claro!

[AS] Lo cual, creo, ha mostrado que la gente resulta estar más dispuesta a obedecer reglas mutuamente pactadas de lo que podíamos esperar.

[EO] Sí, estamos demostrando estas cosas. Pero también estamos demostrando la existencia de un importante mecanismo para la comunicación cara a cara e incluso escrita. La predicción era que nadie se autogestionaría, como consecuencia de un dilema social de segundo grado, por decirlo en los términos de la teoría de juegos. Pero lo que hemos hallado es que la gente que puede adentrarse en una escalada del tipo “te castigo, tú lo castigas a él, etc.”, con lo que las cosas van a peor y a peor; lo que hemos descubierto es que estos mismos individuos, a través de la comunicación, a través de la posibilidad de llegar a un acuerdo sobre lo que van a hacer conjuntamente, construyen un nosotros bien definido que les permite seguir normas, cooperar y, en ocasiones, sancionarse los unos a los otros y ayudar a que todo esto se mantenga.

[AS] Ha mencionado la teoría de juegos. ¿Cuánto de lo que usted hace es, de hecho, una extensión de la teoría de juegos? ¿Hasta qué punto estos desarrollos de estas estructuras son juegos repetidos?

[EO] La teoría de juegos fue muy, muy importante para nuestro trabajo, puesto que hemos podido recurrir a modelos de teoría de juegos y examinarlos en un laboratorio. En este sentido, mi toma de contacto, en la década de 1980, con los trabajos de Reinhardt Selten, que también fue Premio Nobel, fue muy, muy importante para mi formación. Ahora bien, la teoría de juegos clásica harto predictiva en ciertos entornos, pero no es plenamente predictiva, en ningún caso, en entornos en los que opere un dilema social. Pero ha sido de gran ayuda para nosotros, en la medida en que nos ayuda a analizar y a desarrollar una teoría del comportamiento humano, del mismo modo que también lo son otros mecanismos formales que coadyuvan también a entender por qué la gente coopera en determinados escenarios y en otros no lo hace.

[AS] Ya veo. Quisiera terminar preguntándole si considera usted que su trabajo es teoría económica, ciencia política o teoría social, si es que importa qué es o cómo es etiquetado.

[EO] Lo que yo hago podría llamarse economía política o estudio de dilemas sociales. Tuve una sólida formación en el campo de la economía como estudiante universitaria. Luego estudié con Armen Alchian y otros, para trabajar después, en la década de 1980, con Reinhardt Selten. Trabajo con dos colegas, economistas, aquí en Bloomington, que han sido muy, muy importantes para mi trabajo. Mi marido trabajó con Charlie Tiebout, con el que desarrolló una teoría de la organización metropolitana que incluía elementos de la economía y de la ciencia política… Así que he cruzado los bordes de las disciplinas. ¡Eso no admite discusión!

[AS] Supongo que este premio tiene el potencial de despertar la imaginación de la gente, pues se habla de un premio a alguien que trabaja en el campo del gobierno de los asuntos económicos, y plantea usted de la necesidad de que la gente se involucre en su propio gobierno.

[EO] ¡Sí, claro!

[AS] Es probable que ocurra… Es probable que el premio desate la imaginación de la gente, y que la gente…

[EO] ¡Eso espero! ¡Ja, ja! ¡Esto es en lo que he estado trabajando durante toda mi vida! Los humanos tenemos grandes capacidades, y, en cierto modo, hemos participado de la idea según la cual los jefes tienen unas capacidades genéticas de las que el resto de nosotros carecemos. (1)

[AS] Mmmm…

[EO] Espero que eso lo podamos cambiar un poco.

[AS] Excelente. Es un lindo comentario con el que terminar. Muchas gracias por su atención. Cuando venga a Estocolmo en diciembre a recoger su premio tendremos la oportunidad de hablar de todo esto con más calma, así que…

[EO] Perfecto, será un placer hacerlo.

[AS] El placer será mío. Espero que tenga un feliz día y, una vez más, felicidades.

[EO] Muchas, muchas gracias.

[AS] Gracias, adiós.

Nota Ed. : (1) Dos recomendables textos a los que se puede accede desde internet y que dan una idea del trabajo científico de la profesora Ostrom: uno sobre economía ecológica y bienes comunes (Insights on linking forests, trees, and people from the air, on the ground, and in the laboratory), y otro sobre experimentos con instituciones de propiedad común (Trust in Private and Common Property Experiments). El libro acaso más importante de Ostrom, originalmente aparecido en inglés en 1990, fue traducido al castellano en México en 2000: El gobierno de los bienes comunes. La evolución de las instituciones de acción colectiva, traducción castellana de Corina de Iturbide Calvo y Adriana Sandoval revisada por Leticia Merino Pérez y Fabrice Lehoucq, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias, F.C.E.

Traducción para www.sinpermiso.info: David Casassas

 

 

Fotos de Elinor Ostrom, se nota su activismo ecologista en su forma de vestir:

 

 

 

 

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 La abuela ecologista lanzando consignas ecosociales en una conferencia académica en EE.UU.

 

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La Economía del Abrazo

Este es el prólogo al libro "La Economía del Agua" si bien fue hecho por un no experto, hace referencia a paradigmas alternativos de Economías Políticas, con pobre criticidad de las dinámicas económicas actuales, pero con reseña a paradigmas interesantes. Es un texto especial para el debate creativo.

 

La economía del abrazo

30-09-09 Por Paco Puche

 

 

 

Siguiendo las preferencias de Federico Aguilera (que ha solicitado mi contribución introductoria a este libro sobre la nueva economía, que es también cultura, del agua), empiezo citando a Mishan para poder explicar lo que el autor pretende con este texto: ponerse como tarea el “convencer a la gente de la necesidad de un cambio radical en la manera habitual de observar los acontecimientos económicos (sabiendo) que ideas que parecen en un primer momento estar condenadas a la impotencia política, pueden calar hondo en los hombres y mujeres corrientes”.

 

La economía como disciplina ha tenido distintos fundamentos a lo largo de su historia particular, aunque en el presente parece dominar ese modo que llamamos neoliberal. Este modelo se basa en concebir al mercado como instrumento e institución con capacidad autorreguladora y en considerar a la sociedad como suma de individuos que tomados uno a uno saben lo que se hacen: son soberanos y nadie debe dictarles sus comportamientos cuando compran, que no son otros que la obtención de la máxima utilidad.

 

“La idea de un mercado que se regula a sí mismo era una idea puramente utópica. Una institución como ésta no podía existir de forma duradera sin aniquilar la sustancia humana y la naturaleza de la sociedad, sin destruir al hombre y sin transformar su ecosistema en un desierto”, dejó dicho Polanyi en su célebre obra La gran transformación publicada en 1944, en la que explicaba el derrumbe del capitalismo decimonónico y los trágicos acontecimientos de la primera mitad del siglo XX.

 

Su tesis fuerte era que esta caída no era fruto ni de las guerras ni de los socialismos ni de los fascismos ni de las leyes de la economía sino de “las medidas adoptadas por la sociedad para no verse aniquilada por la acción del mercado autorregulador” porque, añadía, “la verdadera crítica que se puede formular a la sociedad de mercado no es que se funde en lo económico, sino que su economía descansa en el interés personal”. La sociabilidad es tan fundante que esa pretensión de desperdigar a sus componentes resulta, a la larga, fallida.

 

Esa especie de ‘petitio principii’ que sostiene el carácter “natural” del intercambio y el trueque más bien ha sido una inclinación humana muy poco frecuente, como no ha parado de mostrarnos la antropología. Por tanto, el mercado es una institución creada por la sociedad y sometida a reglas específicas según las épocas. Hay distintos tipos de mercados y hablar de “libre mercado” resulta un tanto contradictorio. Es justo concluir con Bromley que “no existe (el) mercado. Más bien existen muchísimas maneras de construir dominios de intercambio, cada uno de ellos reflejando expresiones y nociones colectivas previas sobre quién cuenta y qué es valioso y útil”. Por eso Federico Aguilera hace el propósito de no cansarse en la insistencia “de distinguir entre los mercados como mecanismos y el marco institucional -o reglas del juego- bajo el que operan esos mecanismos”.

 

Si lleva razón F.H. Knight cuando afirma: “ningún móvil específicamente humano es económico”; podemos decir que estos móviles son básicamente sociales. Y avanzando atrevidamente por este camino de la mano de Humberto Maturana podemos afirmar que hemos permanecido ciegos para no ver lo evidente cual es que “el amor es la emoción que constituye el dominio de acciones en el que el compartir alimentos, las interacciones recurrentes en una convivencia en sensualidad y ternura, así como la colaboración del macho en el cuidado de los niños, pudo tener lugar como una manera de vivir que, a través de su conservación en el linaje de primates a que pertenecemos, hizo posible las coordinaciones conductuales consensuales recurrentes que dieron origen al lenguaje”, y concluir con el propio Maturana que “nosotros sostenemos no solamente que el amor es la emoción básica en la configuración de lo humano en la evolución del linaje de primates bípedos a que pertenecemos, sino también que la evolución biológica no tiene lugar bajo la presión de la competencia, o en un proceso de maximación de ventajas selectivas, aun cuando uno pueda hablar siempre a posteriori como si hubiese sido el caso después de construir una historia filogenética particular”. Como se ve resuenan de cerca los ecos de Lynn Margulis y su Planeta simbiótico.

 

Desde una concepción de la economía como una entidad “natural”, individualista, autorregulada y egoísta hemos pasado a otra forma de entender la economía como una realidad comunitaria, instituida, cooperativa y emocional.

 

Si la definición de L. Robbins, de que la economía es la ciencia de los recursos escasos que pueden ser aplicados a diversos fines, la pasamos por la mirada de Geogescu-Röegen, sabemos que la escasez tiene que ver con el segundo principio de termodinámica que hace que “no podamos utilizar más que una sola vez una cantidad dada de baja entropía”, pero en cuanto a los fines la economía no puede permanecer en ese amplio abanico de posibilidades: es necesario concretar.

 

Para Georgescu-Röegen “el objetivo primario de la actividad económica es la conservación de la especie humana” y “la salida del proceso económico no es un flujo de salida de desechos sino el placer de vivir. Esta cuestión representa la segunda diferencia entre este proceso y el avance entrópico del entorno material. Sin reconocer este hecho y sin introducir el concepto de placer de vivir en nuestro armamento analítico no estamos en el mundo económico ni podemos descubrir la verdadera fuente de valor económico que es el valor que la vida tiene para cada individuo portador de vida”.

 

K. Boulding, allá por los años setenta del pasado siglo, descubrió la economía del amor, esa pléyade de donaciones o transferencias unidireccionales que surgen del amor y que tienen como función específica la de integración social. Es más, considera que la inestabilidad del capitalismo le puede venir de ciertas deslegitimaciones del intercambio que pueden tener lugar a causa de fuertes preferencias por las relaciones integradoras que son mucho más satisfactorias, personalmente, que el mero intercambio por dinero.

 



Como tendremos que enfrentarnos a las realidades que la metáfora “el vehículo espacial tierra” sugiere, tarde o temprano (hoy más bien pronto) tendremos que pasar a un sistema de reciclaje de materiales y al uso de la energía solar. En esa necesaria transición, nos confiesa que “mis propios valores me inclinan fuertemente hacia una sociedad en la que las donaciones y especialmente la reciprocidad, desempeñen un papel importante; en la que el sentido de comunidad sea fuerte, pero también en la que la comunidad estimule la libertad y la individualidad. (...) La teoría de la economía de las donaciones es un fundamento modesto para la ideología del porvenir. Creo que sin este fundamento no puede construirse la ideología que nos guiará hacia el futuro”.

 

Indagar el éxito o fracaso de un determinado modelo económico, desde la perspectiva de esta economía del amor, va a tener que ver con la mayor o menor felicidad que aporta al conjunto de la población y no con ese modelo en el que lo que se mide es el incremento de la producción de “bienes y servicios”, que no suele entrar en los detalles de qué son “bienes” y qué son males, ni en los “servicios” que son perjuicios –como es el caso de fabricar bombas de racimo y enseñar a manejarlas-, ni preguntarse entre quiénes se distribuyen los productos y a costa de quién -aquí habría que contar con las demás generaciones y con los demás seres vivos para hacer las cuentas completas-.

 

Asimilar la encuesta de felicidad a las preferencias del consumidor cuando compra, suponiendo su soberanía, resulta inadecuado porque tanto la producción, como la propaganda, como las reglas del mercado están del lado de las empresas más ricas y poderosas. Que la bebida que más se consume en el mundo es la que más se gasta en propaganda muestra hasta dónde llega la tan cacareada elección libre del consumidor. La sedicente ‘ley de Say’, de que la oferta crea su propia demanda, sólo es cierta en la práctica si se le proporciona una buena ayuda.

 

Todos los trabajos que reúne C. Hamilton en su obra El fetiche del crecimiento (2006) relativos al bienestar y a la felicidad de las gentes muestran que, una vez resueltas las necesidades básicas, si mejoran nuestras relaciones nos sentimos felices, si mejora nuestro saldo bancario, no.

 

Para el caso de los ‘usamericanos’, el siguiente diagrama es bien explícito:

 



Se ve claramente que, mientras en los últimos 50 años las rentas de los americanos han subido notablemente, el porcentaje de personas que manifiesta sentirse feliz no se ha modificado en ese tiempo (se ha mantenido en torno al 30%). Existe una desconexión clara entre bienestar, felicidad e incremento de renta.

 

En el cuento de Tomi Ungerer titulado Los tres bandidos (1963) se narra la historia de tres despiadados salteadores de caminos que se dedican a acumular riqueza sin contemplaciones pero que en uno de los lances de su actividad se encuentran con lo inesperado: una indefensa niña huérfana que duerme en el fondo de un carruaje. Caen del caballo, se embargan de ternura, toman en brazos a la niña dormida y la albergan en su guarida. La historia concluye con los tres feroces bandidos renegando de su pasado y dedicando el resto de sus vidas a cuidar de niños desamparados.

 

Durante la década de los años 70 del siglo pasado, en el alto Himalaya surgió un movimiento de protesta, protagonizado por mujeres de las aldeas, para impedir que las empresas madereras destrozaran los bosques. Las mujeres se abrazaban a los árboles y afirmaban que los bosques no eran almacenes de madera sino fuente de seguridad ecológica.

 

En 1981 el gobierno impuso la prohibición de la tala de árboles en el Himalaya. “Con aquel acto de abrazarse a los árboles como miembros de su propia familia, unas mujeres normales y corrientes lograron movilizar unas energías más poderosas que las de la policía y la fuerza bruta de los intereses madereros juntas”, nos relata Vandana Shiva en su ultimo libro titulado Manifiesto para una democracia de la Tierra (2006). Aquello se conoce como Movimiento ‘Chipko’, porque este término quiere decir abrazo.

 

Llegados a este punto hemos acabado hablando de tres economías: la economía de los mercados, la economía del amor y la economía de la naturaleza; a éstas dos últimas les podemos llamar economías del abrazo y podrían simbolizarse en el dibujo del bandido enternecido.Vandana Shiva en el libro citado habla también de las tres economías:

 

La economía de la naturaleza, que es la primera y primaria sobre la que descansan todas las demás. Es aquello que dice la economía ecológica de que la esfera económica es un subsistema de la biosfera.

 

La economía del sustento, que es aquella que practican los dos tercios de la humanidad que se dedican a la producción artesanal, a la agricultura campesina, a la pesca y al manejo autóctono de los bosques y que abarca, además, todos aquellos ámbitos en que los seres humanos producen en equilibrio con la naturaleza y reproducen la sociedad a través de la colaboración, la mutualidad y la reciprocidad, es decir del abrazo.

 

Y la economía de los mercados, que la autora dice que hay de dos tipos: unos arraigados en la sociedad, que están al servicio de las personas y son ellas las que les dan la forma y las reglas y que vienen a ser lugares de intercambio, reunión y cultura; y otros configurados por el capital que excluye a las personas como productoras y en los que la “codicia, la rentabilidad y el consumo pasan a ocupar el lugar de las necesidades de las personas”, o como decía Adam Smith, allá por 1785, ”aquellos que tienen el mayor interés en defraudar y en imponerse al público son los que con frecuencia dictan la regulación del comercio”.

 

El Movimiento ‘Chipko’ representa muy bien esta economía que he denominado del abrazo y que enlaza con la economía del amor de Boulding y Maturana, con la de los fines de Georgescu-Röegen, con la economía de la naturaleza y del sustento de Vandana Shiva, porque estas mujeres abrazadas a los árboles expresan a la vez amor, fraternidad, dependencia de los bosques, reverencia de la naturaleza y lucha por la vida.

 

La imagen del bandido amoroso sería su mejor estandarte, como ya hemos visto. Como resume Naredo “se trataría de establecer una nueva especie de ‘panteísmo’ que restaurara el respeto por los sistemas complejos que componen la biosfera y los recursos naturales” (Desarrollo económico y deterioro ecológico, 1999).

 

La nueva economía del agua que Federico Aguilera nos propone está entre estos mismos paradigmas y sensibilidades. Él, junto a otros pocos, ha sido el que ha inventado eso que llamamos ya corrientemente la nueva cultura del agua. La palabra cultura, en sánscrito, se refiere a aquellas actividades que mantienen unidas a una sociedad o a una comunidad. Por eso, si la nueva economía del agua está impregnada de esta nueva cultura, necesariamente hablamos de generar vínculos.

 

En efecto, basta leer en qué consiste para el autor de este libro la nueva cultura del agua, para comprobar lo que hemos dicho: “una nueva cultura del agua se apoya en tres pilares básicos. La gestión de los ecosistemas (gestión del agua y del territorio) (...), es decir, inserción de la economía en los límites de los ecosistemas; mejora del conocimiento y cambio de mentalidad, lo que requiere cambiar las preguntas (...) y, finalmente, profundizar en una toma democrática de decisiones que cuente con la gente”.

 

La nueva economía del agua para los que, como Federico, defienden este nuevo paradigma (con nuevas visiones, nuevas preguntas y nuevas soluciones) consiste en una economía compleja o en una economía viva: una economía que aúna la naturaleza (los ecosistemas), el sustento (el territorio y las gentes) y los mercados. Una economía que es a la vez pública (instituciones), privada (mercados) y social (comunidad y democracia participativa).

 

Como la define Vandana Shiva, “las economías vivas son creadas con la naturaleza y a través de la solidaridad entre las personas”.

 

Cuando Federico define el agua como un activo económico, ecológico y social está hablando de las tres economías. Cuando Javier Martínez Gil habla de ‘fluviofelicidad’ está hablando de economía del abrazo.

 

No existe la economía abstracta, fuera del tiempo y del espacio, sino lo que existe es una economía histórica, inserta en la biosfera y construida por una sociedad. Como decía Mishan al principio de este heterodoxo prólogo, éste nuevo paradigma puede ser ese cambio radical necesario en la observación de los acontecimientos económicos, que algún día puedan calar en los pensamientos de hombres y mujeres corrientes.

 

Abro este libro, dedicado al agua, a la economía, al cambio de paradigma, a la democracia con la gente, y a muchas cosas más abrazando a mi amigo Federico Aguilera, con el que hago junto este apasionante camino. www.ecoportal.net

 

Paco Puche, Librero y ecologista. Prólogo del último libro de Federico Aguilera Klink, La nueva economía del agua (Madrid: Libros de la Catarata, 2008), en el que se afirma que el agua cumple diferentes funciones, como activo ecológico, económico y social que, además de necesarias, tienen que ser compatibles. Colaborador de EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com

 

Las Imposibilidades del Consumo Responsable

La irresponsabilidad del consumo responsable como propuesta de transformación social

 

 

El consumo responsable

Esta no es una tesis doctoral que evalúa lo que dicen todos los defensores del consumo responsable. Como en todo tema, supongo que habrá muchos matices. Ello no implica que haya que familiarizarse con todas las corrientes para hacer unos primeros apuntes y reflexiones generales sobre la irresponsabilidad que puede contener esta propuesta. Tiempo tendremos para hacer una segunda lectura más detenida y profunda. Por tanto, nos ceñiremos a las definiciones que hacen algunos de ellos sobre lo que es el consumo responsable. Una de estas definiciones dice así:

§                “Vivimos en una sociedad que favorece el consumismo, nos hemos convertido en la generación de usar y tirar.[1] La publicidad nos bombardea con anuncios cuyo objetivo no es nuestro bienestar, sino hacernos engranajes de un sistema que reduce a las personas al papel de meros consumidores sumisos. Este modelo económico de producción y consumo tiende cada vez más a su agotamiento. Es impensable hacer frente a los problemas ecológicos y sociales que nos afectan sin detener la complicada maquinaria y estructuras que los producen: el neoliberalismo.

Como consumidores, último eslabón del sistema económico, tenemos una responsabilidad, pero también tenemos un poder, aunque si bien es cierto que mucho menor en relación a la primera. Con nuestra forma de consumir podemos influir en la marcha de la economía y del mundo de una forma directa. Un consumo consciente y responsable, orientado al fomento de actividades satisfactorias para la naturaleza y las personas es una gran contribución y un decisivo instrumento de presión frente al mercado.

El concepto de Consumo Responsable es muy amplio, como lo es la propia actividad de consumir. Podemos, sin embargo, sintetizarlo en tres bloques:

1. Un Consumo Ético, en el que se introduzcan valores como una variante importante a la hora de consumir o de optar por un producto. Hacemos especial énfasis en la austeridad como un valor en relación con la reducción para un consumo ecológico, pero también frente al crecimiento económico desenfrenado y al consumismo como forma de alcanzar el bienestar y la felicidad.

2. Un Consumo Ecológico, que incluye, por este orden, las famosas "erres" del movimiento ecologista: Reducir, Reutilizar y Reciclar, pero en el que también se incluyen elementos tan imprescindibles como la agricultura y ganadería ecológicas, la opción por la producción artesana, etc.

3. Un Consumo Social o Solidario, en el que entraría también el Comercio Justo, es decir, el consumo en lo que se refiere a las relaciones sociales y condiciones laborales en las que se ha elaborado un producto o producido un servicio. Se trata de pagar lo justo por el trabajo realizado, tanto a gentes de otros países como a las más cercanas, en nuestro ámbito local; se trata de eliminar la discriminación, ya sea a causa del color de la piel o por diferente origen, o por razón de género o religión; se trata de potenciar alternativas sociales y de integración y de procurar un nuevo orden económico internacional”.[2]

Un pequeño comentario sobre su esencia, aunque posteriormente ampliaremos de forma más teórica este concepto de consumo responsable:

§                No parece que la sociedad que favorece el consumismo sea el capitalismo, término que ni se menciona. Que yo sepa, el neoliberalismo existe en tanto y cuanto es una de las versiones del capitalismo globalizado.

§                Según la definición se habla de que el sistema favorece el consumo, cuando en realidad es el consumo el que forma parte de su propia lógica para apropiarse privadamente de la acumulación de riqueza. Tampoco el papel que las personas tenemos asignadas en el sistema es el de ser meros consumidores, sino también la de meros productores de riqueza y meros ausentes de la gestión de la sociedad capitalista. Antes que consumidores, el sistema nos obliga a ser productores de riqueza para los empresarios si queremos consumir. Consumimos porque producimos, sino nos moriríamos de hambre.

§                Afirma que los consumidores tenemos una responsabilidad, con nuestra forma de consumir podemos influir en la marcha de la economía y del mundo   Esto me indica que la definición se alinea con la teoría económica convencional, que fundamenta las relaciones sociales en la soberanía del consumidor. Esto quiere decir que la producción capitalista, a pesar de ser cuasi monopolista en su actual fase, es débil en su estructura de poder, y continuará produciendo de acuerdo con las preferencias subjetivas que los consumidores expresen en los mercados (ver epígrafe más abajo). De aquí que la definición también sostenga que los consumidores per se tenemos poder. ¿Cómo podemos ser responsables de aquello para lo que no tenemos poder para decidir? Es cierto que no tenemos poder en la producción, y falso de que hemos de ser responsables en el consumo.

§                Las armas (o el poder) del consumidor frente al capitalismo son la austeridad, el reducir, el reutilizar y el reciclar, todo en función de las mercancías que consume. Al consumidor se le propone que actúe de forma activa ante los productos que consume, pero no se le dice nada de las mismas mercancías que el consumidor produce. En ningún momento se piensa que el consumidor es antes un trabajador, que ha de producir una plusvalía para el capital si quiere consumir, y, tampoco, como consecuencia, ha de incorporarse a las reivindicaciones propias de la lucha de clases. Si no hay trabajador, ya no hay explotación por parte del sistema, y si no hay explotación, sobra propugnar la lucha de clases.

§                Al centrarse en el consumidor de productos acabados, el sector productivo queda santificado, a salvo. Se olvida de que las empresas son las mayores consumidoras de energías y recursos naturales, muchos de ellos no renovables. También entrando en el consumo doméstico, el de las familias, la definición pasa por alto el sometimiento del sector de consumo al sector de la producción: la mayoría de los consumidores estamos obligados a comprar las energías que fabrican las multinacionales o los productos que producen y distribuyen las pequeñas empresas: gas, petróleo, electricidad, agua, así como teléfonos, coches y gasolinas, bandejas de poliuretano, embalajes de cartón, piezas-bloque sin poder cambiar el tornillo que falla, etc. El primer nivel del consumo irresponsable arranca del sector productivo: el segundo se prolonga en las familias.

§                No veo, porque no se especifica en la definición, como se puede pagar lo justo por el trabajo realizado, cuando no se incluye o menciona la teoría del valor trabajo, y menos el proceso para procurar un nuevo orden económico internacional. Seguramente se trate de implorar a los dioses para que esto ocurra. Da la sensación de que nos proponen que volvamos a interpretar la realidad desde la mitología o el esoterismo, tan extendido ahora en tiempos del postmodernismo.

La irresponsabilidad del capitalismo

En el capitalismo globalizado, especialmente en el ámbito de la economía real y del sector financiero, los economistas críticos [3] sostenemos que el sector productivo es irresponsable porque despilfarra los recursos naturales y envenena la primera naturaleza,[4] a la vez que explota a los trabajadores o segunda naturaleza. El sector distributivo es irresponsable sector de consumo es irresponsable (ámbito donde se realiza la plusvalía), aparte de la inutilidad de muchos de los servicios y bienes que se producen, por la conversión de la conciencia obrera de los trabajadores en ciudadanos con conciencia de consumidores. La irresponsabilidad de los poderes (privados y públicos) es proporcional, no sólo por la riqueza y la renta que se apropia privadamente una élite, sino porque esta misma minoría es únicamente la que decide que se produce, con que recursos y tecnologías, en que países, y cuanta mano de obra va a emplear; al consumidor no le queda más remedio que consumir lo que se produce y pagar el precio que marcan. La irresponsabilidad del capital financiero se manifestará, no sólo en el sistema de créditos que controlará para expandir el consumo (asegurarse la realización), sino tanto o más en la expansión del dinero especulativo que, llegado ciertos momentos, conducirá a las crisis periódicas del sistema. por los salarios de hambre que paga a la mano de obra que utiliza, mantiene un ejército de reserva mundial al borde de la miseria, pero la riqueza y la renta que se genera en el sector productivo se concentra en unas pocas personas. El

Dos paradigmas para interpretar el capitalismo

Sin embargo, en la interpretación de cómo funciona el capitalismo, hemos de señalar que contamos fundamentalmente, al menos, con dos paradigmas: la teoría del valor de la preferencia subjetiva (consumo) y la teoría del valor del trabajo abstracto (producción); [5] a la primera la consideraremos la explicación desde el análisis convencional (legitimadora del capitalismo), y a la segunda la explicación desde el análisis crítico (transformadora del capitalismo). La oposición entre ambas interpretaciones se basa en que el primer análisis arranca del consumidor como agente motor de la economía e, incluso, algunos economistas sostienen que existe un excedente que los consumidores arrancan (explotan) a los empresarios. Mientras que en el segundo, su análisis comienza en la producción, ámbito donde los capitalistas explotan a los trabajadores, donde se originan unas relaciones de clase que serán antagónicas a causa de una plusvalía que extraen de la mano de obra, y, de aquí, la correspondiente lucha que eventualmente se ha de dar entre las mismas.

La economía crítica sostiene que se consume lo que se produce y no al contrario. Por tanto, consumo irresponsable, no; capitalismo, tampoco. Los economistas críticos nos debemos oponer a que se singularice el sector del consumo dentro del capitalismo y se hable y proponga como una solución el consumo responsable. Su título, ya en si, culpabiliza al consumidor tratándole de irresponsable, cuando en el capitalismo, pera entenderlo, las relaciones sistémicas comienzan con la producción, lugar donde se origina la explotación. Cuando Marx, en su obra El Capital, abre este mágnum trabajo con el capitulo de las Mercancías, lo que intenta dejar bien claro de partida es la importancia de la producción para entender la teoría del plusvalor trabajo encerrado en la producción de mercancías. Debemos destacar, además, que las relaciones mercantiles, aunque sean descentralizadas a nivel local, en forma de trueque y con monedas complementarias, no son totalmente democráticas por su carácter bilateral, frecuentemente individualista, y atomista, las cuales son limitadas por la competencia del mercado que se establece, y que limita significativamente las opciones de las personas, incluso llegando a coercionarlas a actuar en contra de su propia voluntad”.[6]

A su vez, como destacan todos los marxistas, esta crítica de la explotación intenta ser una crítica de todo el capitalismo, una crítica sistémica. Por tanto, consumo irresponsable no, pero tampoco producción irresponsable, distribución irresponsable, financiación irresponsable y gestión irresponsable. Hay que diseñar propuestas holistas que se propongan acabar con el capitalismo en su totalidad, que contengan procesos para pasar de las sociedades donde domina lo privado a las sociedades colectivas, donde domine lo comunal.

La interpretación convencional

Someramente, en esta visión de la economía,[7] señalábamos como el consumidor es considerado el rey, el agente económico que, a través de las preferencias que revela en el mercado mediante el consumo, envía sus mensajes a los empresarios para indicarles que desea consumir y estos han de producir. A partir de la soberanía del consumidor, manifestada mediante las preferencias subjetivas expresadas por los mismos en los mercados de bienes y servicios, los capitalistas organizan el sector productivo, no sólo de los bienes acabados y servicios, sino de toda la demanda derivada, en términos de recursos naturales, energías, mano de obra y nivel de empleo, tecnologías, métodos de producción, etc. Esta teoría sostiene que el consumidor individualmente está dotado de gustos y talentos como para calcular sus intereses en términos de ser capaz de maximizar su propio bienestar y el grado de utilidad de la misma. Por tanto, la economía encontrará el equilibrio general en la medida que cada consumidor, al maximizar su bienestar individual, movido por su propio egoísmo, dará como resultado global el bienestar general, la suma de los egoísmos de cada consumidor. Autores, como J. Bentham (teoría de la utilidad marginal), o JB Say (la demanda genera su propia oferta; el valor de una mercancía depende de su valor de uso) defendieron como el valor se generaba a partir del consumo y no de la producción. Otros incluso han pretendido demostrar, utilizando el concepto del excedente del consumidor, como los individuos con mayores ingresos se beneficiaban de un precio más bajo, al pagar a los empresarios menos como resultado del equilibrio entre la demanda y la oferta, el precio de equilibrio (Ver gráfico). Una forma de indicar o demostrar como los empresarios son explotados (y no lo trabajadores) por aquellos consumidores con mayor poder adquisitivo.

La interpretación crítica

Decir que el consumo (como el crecimiento) [8] es intrínseco al capitalismo, que sin él el sistema se muere, obliga a explicar la lógica del porque esto es así. En K. Marx aprendemos que “la circulación de mercancías es el punto de partida del capital. La producción de mercancías, la circulación mercantil y una circulación mercantil desarrollada, el comercio, constituyen los supuestos históricos bajo los cuales surge aquel. De la creación del comercio mundial y el mercado mundial modernos [globalización] data la biografía moderna del capital”.[9] De aquí la necesidad de producir para vender (producción), y de vender para comprar (consumo). Emplear mano de obra y utilizar recursos naturales para producir mercancías, y fomentar el consumo entre la población para circularlas, [10] sin estas dos operaciones el sistema no se mantendría ni reproduciría.

Pero la motivación del sistema es la generación y apropiación de la riqueza productiva en la forma de excedente o beneficio. Esto es posible en la medida que uno de los circuitos del capital, comprar para vender, se realiza y se repite permanentemente en toda su extensión: es decir, la economía crece o se desarrolla en la medida que lo que se produce se realiza, se consume (D-M-D’). En el sistema productivo, una de las relaciones sociales, el capital, mediante la explotación de la otra relación social, el trabajo, se apropia de la riqueza excedente o plusvalor que producen los trabajadores (D-P-M+m). En el sistema de consumo o intercambio, el capital finaliza el circuito en el cual el capital inicial (D=M), más el plusvalor (m=d) se convierten en nuevo capital dinero (D+d).[11]

Si el circuito se completa, producción, distribución y consumo, el sistema crece o se desarrolla, porque se cumple el objetivo que motiva al capitalismo: la obtención de beneficios. Cuando este circuito se interrumpe continuadamente, el sistema entra en recesión o crisis, dependiendo de la gravedad en la caída de la tasa de ganancia. Porque lo que motiva al capitalista, no es la ganancia aislada, sino el movimiento infatigable de la obtención de ganancias: D-M-D’-M’-D’’-M’’-D’’’.

La lucha oligopolio / monopolística entre los capitalistas por el control de los mercados y el reparto de los beneficios conduce a que cada empresa intente reducir sus costos en las dos direcciones posibles: abaratamiento de la mano de obra (reducción del consumo, o disminución voluntaria mediante el consumo responsable) y reducción de precios de los recursos naturales (materias primas y energías). En su competencia, las empresas no buscan tanto reducir la cantidad de mano de obra que emplean sino los salarios que pagan para el mantenimiento y la reproducción de la fuerza de trabajo, así como todo otro tipo de costo laboral (cuotas para pensiones, paro, condiciones de trabajo, aumento de la jornada, etc.);[12][13] tampoco buscan reducir la cantidad de materias primas o energías que utilizan, sino el coste de las mismas.

El control de ambos mercados es siempre un objetivo prioritario para las empresas, especialmente las de índole transnacional, porque les asegura el control de los mercados de mercancías, el control de los recursos (naturales e humanos), y una mayor participación en el reparto de beneficios. Es obvio decir que todo este control supone poder, poder para decidir y gestionar de forma privada:

§                Qué se produce, con que métodos, que energías y demás recursos naturales se aplican, en que lugar o país se fabricarán las mercancías, cuanta mano de obra hace falta, que clase de investigación se hará y que innovaciones se llevarán a cabo, así como la duración de los productos.

§                Qué se consume, tipos de consumidor, precios, publicidad.

§                Cómo utilizarán el poder que ejercerán sobre gobiernos para adecuar las regulaciones ambientales y laborales a las exigencias de sus planes de producción, sobre las empresas pequeñas como parte de la red productiva y distribuidora, y sobre la población en general, en tanto en cuanto son oferentes de mano de obra y consumidores de las mercancías que se producen.

§                En que países pueden encontrar mano de obra más barata (con menor consumo). La mayoría de las deslocalizaciones se da porque encuentran estas facilidades en países pobres o empobrecidos. Allá donde los trabajadores aceptan congelar salarios, o no presentan conflicto ante la reducción de los salarios reales, las empresas son menos propensas a las deslocalizaciones. Si las clases asalariadas aceptamos voluntariamente, mediante la práctica del consumo responsable, vivir austeramente con menos ingresos, estamos abaratando el coste de mantenimiento y reproducción de la mano de obra, estamos facilitando al capitalismo el que pueda aumentar fácilmente su tasa de plusvalía relativa.

Esta es, en líneas generales, la lógica de acumulación y control del capitalismo. En resumen, “en el capitalismo, el aparato productivo tiende a hacerse totalitario en el grado en que determina, no todas las ocupaciones, aptitudes, y actitudes socialmente necesarias, sino las necesidades y aspiraciones individuales. De este modo, borra la oposición entre la existencia privada y pública. Entre las necesidades individuales y sociales. La tecnología sirve para instituir formas de control social y cohesión más efectivas y agradables […] Y la productividad y el crecimiento potencial del capitalismo estabilizan la sociedad y contienen el progreso técnico dentro del marco de la dominación. La razón tecnológica se ha hecho razón política”.[14]

Entonces, toda propuesta que se haga ha de contrastarse con estas exigencias para comprobar si se trata de una alternativa al sistema, o simplemente una sencilla modificación de alguna de sus características sistémicas. Es decir, y conviene repetirlo, pronunciarse en contra del consumo (o del decrecimiento), una necesidad sistémica que tiene el capitalismo de abaratar la mano de obra y de crecer, implica que no se está en contra del capitalismo. Así mismo, para estar en contra del sistema forzosamente supone que se ha de estar contra la propiedad privada, pues esta característica supone la mayor protección legal y la base que defiende la estructura de poder dentro de las sociedades de clase.

Como resumen, el mero hecho de consumir responsablemente no es posible ni objetivo suficiente, pues quizás pudiese dar lugar a otro modelo de consumo que no fuese incompatible con la explotación y el dominio de clase. No nos garantiza la salida del capitalismo, y menos establece un proceso para salir de una sociedad clasista, explotadora, jerárquica.[15]

En la era del capitalismo postmoderno, ¿cómo explicaría esta corriente el consumo responsable?

Para el postmodernismo,[16] la razón no existe, y si existiese, no sería una facultad humana adecuada para entender la realidad. Porque la realidad es relativa, subjetiva, aquello que la opinión individualizada de la persona dice creer percibir sin necesidad de razonar. Para el posmodernista, las mercancías producidas existen sino el consumidor no podría comprarlas, pero no admite que la razón actúe para construir con argumentos y demostrar objetivamente que la explotación, el dominio, las clases sociales, las jerarquías con poder de clase, son una realidad que se da en la esfera de la producción, todo lo cual ocurre de forma independiente de la mirada subjetiva del individuo.[17] Para el posmodernista, el consumo también existe, pero es una realidad completamente subjetiva, individualizada. No se la puede razonar. Porque, cuando “B”, observando como “A” consume, puede considerar que lo hace de forma irresponsable, mientras que “C” puede opinar lo contrario de “B”; por tanto, nos encontramos con que el consumo que realiza “A”, siguiendo los postulados del postmodernismo, puede ser a la misma vez tanto responsable como irresponsable, nunca razonable o irrazonable, por imposibilidad de utilizar esta facultad. Dada la relatividad de ambas opiniones, si las dos afirmaciones están en lo cierto, “A” no podría modificar sus pautas de consumo aunque quisiera. “A” también podría llegar a la conclusión de que su regla de consumo, individual y subjetiva, no tiene base para ser reprochada, dada la relatividad individual de su propia decisión.   Por tanto, el postmodernismo anula, no sólo que podamos considerar que el consumo (o la producción) pueda ser irresponsable o responsable, sino que, sin criterios de juicio, sin ayuda de la razón, podamos actuar sobre el mismo. Este desamparo del consumidor para modificar su elección del patrón de consumo, o del trabajador para luchar contra la explotación, postulada por el postmodernismo, contribuye a que el capitalismo sea el gran beneficiado. Nadie puede criticar el capitalismo de forma razonable.

Si Parménides naciese en esto tiempos vería con simpatía el postmodernismo. Este filósofo presocrático sostenía que el ser es, pero que por serlo, no se le podía añadir ningún otro calificativo, o dejaría de serlo. No negaba la razón, pero ahí acababa su razonamiento fundamental. Por tanto, este pensador también sostendría que el consumo es, con lo que nadie podría proponer un consumo responsable, porque esto sería como admitir la existencia de su opuesto: un consumo no responsable, irresponsable. Dicho de otra manera, desde esta valoración subjetiva e individual del consumo no puede caber la posibilidad de que sea responsable e irresponsable a la misma vez. Lo mismo que pasa con la subjetividad que defiende el posmodernista como actitud para mirar al mundo, que nos deja sin saber lo que éticamente puede ser bueno o malo, y no sólo en el consumo, sino también en la producción, en la distribución, en la gestión, en las injusticias, en la desigualdad, etc.

Desde la dialéctica, afortunadamente Heráclito salió al paso de esta forma convencional de razonar la realidad del mundo. Heráclito desmontaría esta aserción, postulando y demostrando que el ser es y no es, [18] y que aplicada al capitalismo, podemos explicar porque la producción es irrazonable e irresponsable, la distribución es irrazonable e irresponsable, el consumo es irrazonable e irresponsable, y la gestión de todo el sistema es irrazonable e irresponsable. Pero dejemos para otro momento la contribución que hace la dialéctica a la formación del conocimiento humano, a la epistemología.

Por tanto, como señala la definición citada al principio, no dudo que “un consumo consciente y responsable, orientado al fomento de actividades satisfactorias para la naturaleza y las personas [sea] una gran contribución y un decisivo instrumento de presión frente al mercado”, pero el ámbito mercantil sólo es una parte del sistema, y la respuesta del consumidor como agente social activo, pero individualizado por naturaleza de su propia función, dejaría inmune al resto del capitalismo, quedando sin tocar el resto del sistema: la producción, la distribución, la financiación, la gestión, es decir, no contempla una transformación holista del capitalismo. Digamos que la propuesta del consumo responsable simplemente aspira a ser un intento de reparar el sistema, en aquello que puedan suponer actividades nocivas para la primera naturaleza, (el mundo de los seres no humanos) siempre a expensas de los esfuerzos y sacrificios que esté dispuesta a hacer la segunda naturaleza (el mundo de los seres humanos). Hábil y de forma paulatina, el capitalismo verde y ético ya va incorporando progresivamente estas propuestas y a sus defensores.

Algunas reflexiones que los defensores del consumo responsable tendrán que plantearse

Según los informes de la ONU y otros organismos, alrededor  de 120 millones de personas mueren anualmente. Por tanto, la situación de desigualdad e injusticia poco cambia, excepto que la  avaricia de los ricos no tiene límites, y las propias leyes del capitalismo lo impiden. Y todo esto en épocas de desarrollo económico mundial, de crecimiento. Con la crisis actual, en un claro período de decrecimiento generalizado del sistema, todos los expertos, informes, agencias oficiales y ONGs coinciden en que se dispararán los números de victimas a causa de la llegada de los jinetes del Apocalipsis: enfermedades, hambre, guerra y muerte. Unas realidades que, para los posmodernos, dada la subjetividad con que pueden valorarse, han de ser consideradas con mucha cautela y bastante más distancia.       

Según datos actualizados, la población en el mundo será de unos 6.806.973.524 al 1 de enero del 2010.[19] Esta cifra podríamos desglosarla en:

§                Pobres. Recientemente, el Banco Mundial ha publicado una serie de datos sobre la pobreza en el mundo. Define como pobres a quienes viven con un ingreso inferior a un dólar al día. Con este criterio, se estima en 3.000 millones el número de pobres, lo que representa casi la mitad de la población mundial. Actualmente, un niño muere cada cinco segundos de hambre o por motivos relacionados con la falta de alimentos.[20]

§                Hambre. Casi otros mil millones de personas pasan hambre en el mundo. La FAO informa que 854 millones de personas del mundo están subalimentadas, esto es, disponen de menos de 1.900 calorías diarias.[21]

§                Guerras, enfermedades, muerte. Muertos en la Segunda Guerra Mundial aproximadamente unos 50 millones. ¿Cuántos más en las invasiones de Corea, Vietnam, Afganistán, Irak, etc.? Gastos anuales de la presencia militar  de EE.UU. en Afganistán e Irak: 46.500 millones de dólares. Presupuesto militar de EE.UU. para el 2005: 417.500 millones de dólares; de China: 29.900 millones de dólares; de Rusia: 6.300 millones de dólares. Es decir, “los conflictos armados socavan la nutrición y la salud pública, destruyen los sistemas educacionales, tienen efectos devastadores sobre las formas de sustento de la población y retardan las perspectivas del crecimiento económico”. Cada hora que pasa, y sin acaparar la atención de los medios, mueren más de 1.200 niños.  Esto significa que, en una economía mundial cada vez más próspera, 10,7 millones de niños no llegan a 5 años. Personas fallecidas anualmente por malaria en el mundo: 500.000. Sudafricanos que fallecen diariamente por SIDA: 600. Fallecimientos anuales por el Chagas: 43.000. Trabajadores muertos anualmente por enfermedades y accidentes relacionados con el trabajo: 2 millones. Dirigentes sindicales asesinados en el 2002: 226. Niños fallecidos en el África subsahariana: 4,4 millones; y en el Sudeste asiático, 3 millones. Afectados del SIDA que viven en la India: 8,5 millones; y en África 89 millones Afectados por la enfermedad de Chagas 18 millones.[22]

§                Analfabetismo. A nivel mundial, existen unos 920 millones de analfabetos. Niños sin escolarizar en el mundo: 103 millones. Niños obligados a trabajar en el mundo: 250 millones.