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Reducir el consumo, mantener la vida


Fuente: Crisis Energética
 

  
lunes, diciembre 03 2007 @ 07:59 CET
Autor: altea

Así se titula el editorial del número 55 de la revista El Ecologista. La revista El Ecologista es un publicación trimestral de información ambiental, y es la única revista publicada por el movimiento ecologista de venta en quioscos. Su objetivo principal es hacer llegar la información sobre el medio ambiente al público en general.

Aunque la editorial no tiene desperdicio, la revista aún tiene una sorpresa más, concretada en dos artículos relacionados de lleno con la Crisis Energética, que además son los artículos de portada.

No es posible el crecimiento continuo en un planeta limitado. Cada vez es más claro que estamos superando muchos límites ambientales, por lo que la única estrategia que parece viable a medio y largo plazo es la del decrecimiento. No hablamos de un concepto en negativo, sería algo así como cuando un río se desborda y todos deseamos que ‘decrezca’ para que las aguas vuelvan a su cauce. Cuanto antes seamos conscientes de la necesidad de desprendernos de un modo de vida inviable, mejor para todos y para el planeta. De este tema trata el artículo de de Pepa Gisbert, el "Decrecimiento: camino hacia la sostenibilidad” (fichero PDF, 343KB).

Pero no es ese el único artículo relacionado con la crisis energética que trae el número 55 de la revista, le sigue el artículo de Mariana y Fernando Ballenilla sobre "La tasa de retorno energético: hacia un mundo de renovables en el contexto del cenit de producción de petróleo" (fichero PDF, 376KB) en el que plantean la urgencia de una transición hacia fuentes renovables de energía. Pero advierten que este importante tránsito no se debe de hacer de forma irreflexiva. En particular señalan que es necesario considerar seis aspectos de las diversas fuentes renovables: la tasa de retorno energético (cuanta energía nos dan frente a la que invertimos en el proceso); el carácter no renovable de la infraestructura de captación de energía; su vulnerabilidad frente a posibles cambios socioeconómicos drásticos; su capacidad más o menos limitada; el impacto ambiental que pueden provocar; y la equidad, esto es, que su explotación no beneficie sólo a unos pocos a costa del resto.

Y es que, como acertadamente plantea el editorial de la revista:

Desde el punto de vista físico, en un modelo ambientalmente sostenible, no se pueden arrancar los bienes de la tierra por encima de su capacidad para regenerarlos, ni se pueden generar residuos por encima de la capacidad del planeta de actuar como un sumidero. Bajo el prisma de la sostenibilidad, es central la consideración de los límites del planeta, simplemente porque La Tierra es una bolita suspendida en el espacio con un número limitado de toneladas de materiales que no se regeneran con la varita mágica de la tecnología.

¿Cómo encajan los límites del planeta con la sociedad de consumo? Pues muy malamente, directamente son incompatibles. La sociedad de consumo requiere el crecimiento ilimitado de la extracción y de la generación de residuos y este crecimiento realimenta positivamente el consumo. Ambos, crecimiento ilimitado en el uso de bienes naturales y aumento del consumo, son partes consustanciales de la sociedad de mercado.



Las necesidades reales son limitadas. Uno puede comer tres veces al día, pero si come doce enferma. Las necesidades humanas de afecto, seguridad, protección, condiciones ambientales que permitan vivir, de ser capaz de decidir sobre la propia vida, de ser libre, de poder participar, en muchos casos no pueden ser satisfechas por el mercado. Pero, los prestidigitadores del dinero, con el truco de la publicidad y los medios de comunicación que poseen, nos convencen de que la libertad está en tener coche, de que el afecto se consigue con un determinado desodorante, de que la seguridad está en un plan de pensiones, de que la protección nos llega de los ejércitos, de la industria de la guerra o de las empresas privadas de vigilantes. Nos inculca que el aire limpio te lo regalan al comprar un chalet adosado en la sierra y que la capacidad de decidir consiste en elegir cada cuatro años entre dos o tres opciones que con envoltorios diferentes presentan el mismo producto. Lo que no tiene precio se convierte en pura mercancía. Así de fácil.

La dictadura mercantilista del modelo actual occidental pone precio al aire, al agua, a la tierra, al conjunto de todos los seres vivos, incluidas las personas, al juego, a los cuidados, pero se olvida medir cuánto cuestan los servicios que los ciclos de la vida presta gratuitamente y que son imprescindibles. ¿Cuánto vale la regulación del clima? ¿Cuánto valdría “fotosintetizar a mano”? ¿Cuánto cuesta fabricar el agua para beber? ¿Cuánto vale el filtro de rayos UVA del sol que impide que nos achicharremos?

La lógica del mercado prioriza la obtención de beneficios y la acumulación. En los mercados capitalistas, la obligación de acumular determina las decisiones que se toman sobre cómo estructurar los tiempos, los espacios, las instituciones legales, el qué se produce y cuánto se produce. En la sociedad capitalista no se produce lo que necesitan las personas, sino lo que produce lucro, por ello, en nuestra sociedad da igual producir cebollas o armamento con tal de que dé beneficios. Una transición a la sostenibilidad requiere frenar, disminuir, reducir el consumo. Este cambio de mirada implica realizar una reflexión y debate profundo sobre las necesidades. No es sostenible posponer los cuerpos, las emociones, el sexo o el cariño a la acumulación de objetos y deudas. Las necesidades emanan de la interrelación entre la persona, el medio y el resto de personas y no de las multinacionales que fabrican objetos y servicios y los imponen para satisfacer supuestas necesidades. Colocar el mantenimiento de la vida en el centro supone minimizar el consumo desbocado.

Pepa Gisbert es bióloga y profesora de secundaria, Mariana Ballenilla es ambientóloga y Fernando Ballenilla es profesor de la Universidad de Alicante. Todos ellos son miembros de AEREN y del grupo de innovación educativa la Illeta, que lleva tiempo trabajando en las aulas el problema de la crisis energética y forma parte de la red IRES.

 

 

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